Wednesday, January 21, 2009

Sueño Febril

"(...) y veo en lontananza cuánto poseo, y no tardaré
en ser nuevamente dueño de todo lo que huyó de mí."
Fausto, Dedicatoria.

El cálido toque del aire me hizo sentir conciente del lugar en el que me hallaba. En el suelo, las sombras de las hojas de los imponentes árboles danzaban al vaivén de la suave brisa que soplaba. Había un olor familiar... Tal vez a lirios... Nunca lo sabré. Pero se colaba bajo la camiseta ligera que sé que llevaba y me hacía sentir... En abrazo fraterno. No supe de qué clase de árbol era la rama que me impedía ver su rostro. Estaba al borde de la pequeña colina y aunque era un día bastante soleado, con cielo sin mancha, todo estaba envuelto entre nubes... Caminaba como entre copos de algodón.

Quería llamarle, quería gritarle y pedirle que dejara de avanzar, que esperara por mí. Pero mi boca, sellada ya, no podía musitar palabra alguna. De pronto, y como si me hubiese escuchado gritar al silencio, su espigada figura se detuvo. No volteó, pero sus pies ya no se movían; eso era suficiente para mí. Le necesitaba, me urgía estar a su lado.

Busqué afanosamente la manera de llegar allí, a pisar sus huellas, a oler su halo al pasar... Atravesar esa pequeña corriente de agua clara (que por alguna razón a veces centelleaba tonos carmesí) y llegar a su cercanía. Pero no lo conseguí. No pude encontrar la manera de llegar hasta él. Pero él, en la lógica onírica que todo lo puede, entendió mi situación. Así que giró hacia mí y sonrió. Lo hizo sosegadamente y con labios puros, inundándome de una paz absoluta. Lentamente se sentó sobre la piedra más grande en la ribera y, con ojos esperantes, levantó su mano y la agitó.

Pude ver su rostro. La barba brillaba con destellos rojizos. Ya le había crecido el cabello. Pero era yo. Era yo, quien me esperaba del otro lado. Era yo, quien amorosamente se había sentado sobre la piedra para el deseado reencuentro. Sonreía más... Se veía ligero, pero más fuerte. Y la tristeza se había disipado de su rostro. Pero era yo.

(...)

Cuando desperté, la fiebre ya había abandonado mi cuerpo. Mas supe que no había prisa. Yo, del otro lado, me espero. Ahora, debo encontrar la manera de volver a mí.

Allá, me espero. Volver a mí.


Foto de Carter Smith.

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