Friday, October 17, 2008

Muertes Cotidianas (II)

La muerte es un proceso vital y definitivo. Es individual e inevitable. Es la experiencia más solitaria del ser humano. Es innegable, impostergable, insoluble. Es impensada. Lejana, mas no en todos los casos, indeseable. A veces, morir se puede convertir en un estilo de vida.
Es certeza e incertidumbre a la vez.Su significado: Ashes for living.
Es una ruptura inexperimentable. Nadie ha vuelto para saber qué se siente. Yo sí. Quiero volver... estoy volviendo... (¿Para qué me arrodillé si estoy aquí y no me ves?)...
Es la amenaza más cierta. Pero puede ser redención también.
Temo morir solo. Al olvido. A pasar por esta tierra sin haber tocado vida. Y no más.
Temo a no hacer nada con la vida. A que ésta valga poco, nada. A desperdiciar este preciado momento... es un parpadeo, nada más...
A no volver a amar. A no volver a ser amado.¿Soberbia? No lo sé. Pero también porque temo a la normalidad. Huele a mediocridad. Escurre baba por las paredes (¿No la vez tú también? ¿No invade tu garganta a veces... no te seca por dentro al atardecer?)...
La locura es poder ver más allá de lo evidente. Como la Espada del Augurio. Quiero la mía.
Temo compartir mis temores también.

Quiero morir cerca al mar. Un acantilado, tal vez. Caer. La brisa al inicio, luego el fuerte viento soplando por entre blancas prendas. El sol en los labios... en la boca. As Björk, The sun in my mouth. El paladar con sabor a vino. Una pipa en el borde. Sabor a saliva también... pero que no sea la mía. The last kiss. Au revoir, mon cher amour. Arrivederci Roma. Y volver, volver. Volver al azul... a la masa líquida eterna de la que vengo...
Morir se puede convertir en un estilo de vida. Porque cuando se muere, entregando la vida por alguien, sólo queda... volver... a vivir.
Porque es realmente, morir para empezar a vivir.

Foto de Anthony Gayton, Dead.

Tuesday, October 14, 2008

Las Muertes Cotidianas (¿Morir de Amor?)

La vida está llena de muertes. De personas, de cosas, de vidas, de amores. Todos los días debemos asistir al evento; siempre muere algo en el universo, en el planeta, en nosotros mismos. La vida está llena de muertes cotidianas. Y hay un momento exacto del día en que todo tiende a hacerlo. Me sucede al atardecer: cuando el sol se oculta, tiendo a morir un poco. Pero hay días de días. Los lluviosos, puedo morir sin que nada más suceda. Ello, en simple recuerdo triste, se entierra. Otras veces, puedo presentir su llegada, pero el lugar no lo permite; sólo alcanzo a cerrar los ojos y con vehemencia me aferro a la baranda de cualquier transporte en el que me encuentre surcando líneas en el pavimento... o a la silla mientras esté sentado en clase. La mirada se nubla, y las moscas empiezan a revolotear sobre mis ojos ya idos, nuncio de lo que ya no pudo ser. El vacío, justo arriba del ombligo (¿Por qué ahí?), me succiona desde adentro. Me falta el aire... y exánime, me inclino sobre mí (tal vez buscando la posición uterina, a la cual quizá debamos regresar).
Pero otros días, la bóveda al principio cerrada en nubes, se abre para adorar al atardecer. Y los ocres de la caída del dios, las golpean... rosicler... el cielo rojo. El cielo rojo bajo el cual todo se sublima para mí. Este atardecer, el único de todos ellos que puede predecir el amanecer de mañana. Redención. Sólo, bajo él, puedo morir tranquilo, sabiendo que seré el amanecer de mañana.
Pero, cumpliendo como todos el acto fervoroso de humildad, debo morir un poco cada día... para tener la esperanza de mañana... nacer de nuevo.
(El amor libera. Te dejo ir... se libre. Eres libre para ser feliz.)