Saturday, September 16, 2006

Deja de mirar tu cuerpo con los ojos del mundo, por favor... deja de hacerte daño...


Los vientos y las pesadas piernas le han traído hasta las laderas nuevamente. Los ojos, impunes de tierra y lágrimas secas por el viento y los mismos dedos que abrazan el peso, se ciñen contra la yerma superficie. Se ama a la superficie, aquélla que tanto ha soportado. Abrazado a ella, quiere descansar. Duele, de nuevo. El efímero gozo terminó, señal que algo no andaba bien. La roca nada tiene que ver. Es su corazón, el que aún inmaduro está.

Se mira en el estanque. Lo que sus dioses han escrito y lo que los artistas han plasmado está muy lejos de ser lo que el ve en su reflejo. Con rabia y dolor, bate las aguas con sus manos. Levanta la mirada. Ahora la piedra es un espejo. Se mira nuevamente. Quiso irse a pique contra el espejo. Corrió hacia él, las mejillas húmedas de negro… lamentaba su instrumento, recriminaba los defectos de la obra, se sentía menos, se sentía olvidado… esto sólo le recordaba aún más su soledad…

Y cuando estuvo a punto de golpear, se detuvo. Porque se encontró la belleza en el reflejo de sus ojos. Vio que sus manos, que sus brazos, lejos de los cánones de Fidias y los clásicos, que su rostro, sucio y enjugado, no debía ser mirado y admirado, amado por los que tuviesen patrones en las retinas. Que su cuerpo era sólo un instrumento, instrumento del amor. Y sólo debía ser mirado por ojos que estuviesen anegados de Él.
Y sólo el que le entregaría su otra mitad, sólo ese anhelado ser sabría cómo hacerlo.

Cuando estuvo a punto, descubrió maravillas en su cuerpo.
Se llevó las manos al rostro y luego las elevó. Las últimas gotas cayeron. Asió de nuevo la piedra y volvió a intentarlo. Tiene miedo de que vuelvan días como éste.

Lo intentará. Una vez más, como antes, como siempre.

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