
Es mucho. No puedo estar tranquilo, y mis instantes antes de dormir son de profunda melancolía y plegarias a los cielos para que todo esto termine pronto. Aún tengo fuerzas para seguirme levantando y seguirlo intentando todo una vez más, pero sin alegría, porque la esperanza en un futuro mejor se me escapa como arena entre los dedos.
Sólo 19 años, y ya estoy muy cansado.
Como quisiera ser como la gente tan hermosa de estas veredas. Viven con muy poco, y algún esnob citadino podría decir que de una manera demasiado simple. Pero están tan aferrados a Dios y su fe es tan grande, ciega, pura, sin ataduras… son tan libres cuando creen ciegamente en Dios… y eso se nota en la comida que nos brindan, en el abrazo y la sonrisa que se les dibuja en el rostro cuando nuestra pobre presencia llega a sus casitas. Es hermoso, es maravilloso. Y yo, con tantas comodidades y privilegios, no soy ni la mitad de lo que son ellos.
Me hace falta sentirme amado. De muchas maneras sé que eso es ser desagradecido con el infinito amor de Dios, porque el poder abrir los ojos cada día, el poder besar a Mamá y decirle que la quiero, el poder ver el sol, el agua y las estrellas…. Son todos regalos tan infinitos y tan cálidos de Él. Sin embargo, quisiera encontrar esa persona que me va a regalar su corazón, y que me va a mostrar que las cosas sí pueden ser diferentes, que me merezco algo mejor que rechazos, mentiras y daño al final… quiero volver a creer en que puede haber un destino distinto a un Sísifo infeliz… uno FELIZ.
Continuaré, sí, intentándolo una vez más.
Pero sería tan bonito si, por fin, pasara algo que me cambie la vida… y haga más llevable el paso por Getsemaní.