En estos tiempos de reclusión cenobita en casa, palabras inflamadas, hiporexia y un reflejo en el espejo que me muestra un rostro deformado por el dolor, los instrumentos quirúrgicos y un sangrado nasal que no se detiene (pero que me recuerda que, como en la canción de Garbage, Bleed like me, la hemorragia es aún más allá de toda célula y órgano de mi cuerpo...), he tenido tiempo para ponerme al día con lecturas que he dejado morir entre tanto falso quehacer.
Los elegidos: La Muerte de las Catedrales de Marcel Proust, Las pequeñas memorias de Saramago, El fuego de cada día de Octavio Paz y el clásico Fausto de Goethe.
Entre ellos, me encontré con estos pasajes que me arrojaron contra la pared y dejaron húmedas las mejillas.
- "(...)
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos."
Elegía Interrumpida, El Fuego de cada día.
- "(...)
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
(...)
pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos."
La vida sencilla, El Fuego de cada día.
- "(...)
Algo brilló delante de nosotros, no tuve tiempo de retroceder y me aparté creyendo que chocábamos contra un tronco, pero el obstáculo se escabulló bajo nuestro pie: habíamos pisado la luna. Acerqué su cabeza a la mía. Ella sonrió, y yo me eché a llorar, vi que ella también lloraba. Entonces comprendimos que la luna lloraba y que su tristeza estaba al unísono con la nuestra. Los acentos desgarradores y dulces de su luz nos llegaban al corazón. La luna, como nosotros, lloraba, y, como nos ocurre a nosotros casi siempre, lloraba sin saber por qué, pero sintiéndolo tan profundamente que arrastraba en su dulce desesperación irresistible a los bosques, a los campos, al cielo que de nuevo se miraba en el mar, y a mi corazón que, por fin, veía claro en su corazón."
La Muerte de las Catedrales.
Foto de Craig McDean.